lunes, 13 de abril de 2015

El Síndrome del Emperador


Actualmente se conoce como Síndrome del Emperador aquel en el que los niños se convierten en los "amos indiscutibles" de la familia ya desde pequeños, sometiendo al resto de personas, principalmente a aquellas conocidas, a sus caprichos y exigencias. Tienen un comportamiento manipulador y utilizan gritos, lloros, amenazas y agresiones físicas y psicológicas como medio de conseguir aquello que quieren. Se podría decir que tienen la empatía menos desarrollada que el resto de niños de su edad, por lo que les cuesta reconocer las emociones que podrían desencadenar en el resto de las personas: culpa, perdón, pena...

Las principales caractertísticas de estos niños son el egocentrismo y la baja tolerancia a la frustración, por lo que no consienten que no se cumpla con aquello que exigen o demandan. Estos comportamientos tienen consecuencias negativas en el ámbito familiar y en el ámbito escolar, ya que en este último sus exigencias tienden a ser todavía menos satisfechas.

A diferencia de otros, el Síndrome del Emperador tiene principalmente una causa psicosocial. Es habitual en los niños que reciben una educación excesivamente permisiva, en los que los límites y las normas no están claras, no son realistas y/o además no reciben ninguna consecuencia ni positiva ni negativa por su comportamiento. También puede encontrarse en niños en los que carecen de la afectividad necesaria por falta de tiempo o una disminución del tiempo de interacción y juego con las figuras de apego, de forma que los comportamientos que pueden empezar como una llamada de atención se pueden acabar convirtiendo en un estilo de actuación y comportamiento.

Un factor muy influyente en la actualidad es la sociedad actual de consumo. Se educa a los niños en el placer inmediato y en el disfrute como valores irrenunciables, aumentando así su intolerancia a la frustración.

Como vemos, la educación que reciba el niño va a reforzar en mayor o menor medida su comportamiento. Si los niños aprenden a actuar en función de pautas conductuales y morales sin límites externos, en la adolescencia todavía va a resultar más complicado cambiarlo, puesto que ya hay una historia de aprendizaje previa. En los casos más extremos, podemos hablar de agresiones físicas a padres y familiares.

En conclusión, una buena educación no debe renunciar a la existencia de límites claros, a que los niños experimenten cierto grado de frustración para que aprendan que no todo gira sobre ellos y sus demandas y que cada una de las cosas que quieran conseguir, requiere esfuerzo. Así conseguiremos que den más valor a las cosas.





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